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CSACE: primer asalto. O por qué a Adorno le interesó la astronomía

Fotografía de archivo - Literatura

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JOSÉ YARZA

«El mundo era tan reciente que para nombrar las cosas había que señalarlas con el dedo». La primera página de Cien años de soledad es la clase de escritura exuberante que fascina a quien lee y le insinúa al mismo tiempo que jamás podrá escribir nada igual.

El regusto amargo que queda al comprenderlo es el reverso del mundo de la escritura en el que nos movemos cuando hablamos del escrito del primer ejercicio de la oposición al Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado (CSACE). Allí, escribir es el juego en el que García Márquez se erige como el demiurgo de su versión del génesis y el apocalipsis; aquí, se enlaza trabajosamente pedazos de lo posible y lo verosímil a la sombra de un título que ni siquiera es nuestro. El juego en el que nace nuestro texto es competitivo y sus reglas primordiales son la estimación y la exclusión. Cabe preguntarse entonces por su naturaleza y, en consecuencia, por las posibles maneras de enseñar su escritura.

Las resoluciones que regulan este ejercicio no se pronuncian sobre la forma y la naturaleza que debe tener el texto. Solo sabemos que debe ser ordenado, claro, demostrar conocimientos y estar bien escrito. No obstante, la experiencia nos dicta algunos límites. No puede estructurarse en cantos y en tercetos (o, al menos, ningún ser humano ha sido capaz hasta la fecha); no se conoce aprobado alguno que haya seguido la técnica narrativa del Decamerón para mostrar las tendencias esenciales de la Unión Europea; y tampoco se suele aconsejar estructurarlo como un diálogo en el que llamemos a nuestro adversario Simplicio, como hizo Galileo con Aristóteles.

«Del primer ejercicio de CSACE solo sabemos que debe ser ordenado, claro, demostrar conocimientos y estar bien escrito»

Yendo más allá, se puede decir que no está sujeto a las reglas de otro tipo de textos. No es una crónica ni una noticia periodística, no es un artículo científico o uno de opinión, no es un panfleto, no es un plan estratégico, no es un programa político, no es una reseña literaria, no es la sinopsis de una película, no es un guion cinematográfico, no es una novela, no es una recopilación de aforismos, no es una antología poética, no es la prescripción de un medicamento ni tampoco un discurso electoral, entre otras cosas.

No obstante, los textos que producimos en el ejercicio utilizan sus recursos literarios e imitan sus características: los hechos noticiables, la cita de los autores, de las fuentes, análisis de problemas, propuesta de políticas, llamadas a la acción, la metáfora, la metonimia, la analogía, la elipsis, advertencias de efectos secundarios, modos de aplicación, la síntesis, la sinécdoque, los exordios, análisis del contexto, ritmo narrativo, personajes principales y secundarios, cliffhangers, whodunits, etc.

Hace casi cien años, Theodor Adorno postuló que la interpretación filosófica se parece a trazar constelaciones sobre la realidad, cuyo destino es convertirse en un jeroglífico que desaparecerá inmediatamente. En cierto modo, el ensayo es esto. La aproximación a un tema que anticipa secretamente su fracaso. Un género mestizo cuyo valor reside en su potencia ilustradora, es decir, su fertilidad a la hora de alumbrar hipótesis de investigación, ideas orientadoras vitales, políticas y psicológicas, sesgos interpretativos, nuevas amistades, enemistades y alianzas políticas. Si tuvieran unas instrucciones de uso, las autoridades aconsejarían su consumo moderado, siempre integrados en una dieta variada.

«En cierto modo, el ensayo es la aproximación a un tema que anticipa secretamente su fracaso»

Por casualidades de la vida, y el matrimonio entre la naturaleza dialéctica de la razón y la racionalidad burocrática (una boda de Kant y Weber anunciada en el BOE, con plenos efectos jurídicos en la organización administrativa), podría decirse que el ensayo filosófico ha fermentado en el primer ejercicio de algunos procesos selectivos para reclutar y formar empleados públicos.

Todo esto nos lleva a una extraña conclusión: en el corazón de un juego competitivo ha emergido otro juego, caracterizado por su fugacidad y fragilidad, y toda posible reacción al mismo es lo que Kant llamó placer estético, esto es, la libre interacción entre las facultades de un sujeto, sin un fin concreto. Si en la filosofía trascendental de Kant, significa que el texto debe facilitar que la facultad de juicio de todo ser racional sienta accionándose las categorías de la unidad, la causalidad, comunidad, yuxtaposición, etc., en el género mestizo del ensayo de CSACE los sujetos del tribunal deben experimentar como el texto les hace sentir las nociones del conocimiento de un tema, la claridad, el orden y una escritura decente.

De cómo se activaría ese placer, tal vez hablaremos en otra ocasión.

José Yarza es Administrador Civil del Estado y preparador del mismo cuerpo en SKR. Actualmente trabaja en el Instituto para la Evaluación de Políticas Públicas.

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