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El poder de los introvertidos, el motor silencioso del progreso

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ESFJ

Reseña de El poder de los introvertidos en un mundo incapaz de callarse, de Susan Cain.

El sujeto opositor como concepto en abstracto es, por naturaleza, un ser que pasa mucho tiempo consigo mismo y el temario. De hecho, las oposiciones clásicas nos sitúan en un mundo atemporal en el que el calendario litúrgico de exámenes sustituye a las estaciones meteorológicas, en una esfera donde nos intentamos abstraer del barullo para concentrarnos en una meta, la superación del proceso selectivo.

Esta aspiración instrumental al sosiego y a la concentración cada vez se está complicando más, la catarata social digital materializada en continuos reclamos de atención nos ha demostrado en tiempos recientes que, incluso confinados por emergencia sanitaria en la paz de nuestros hogares, puede hacerse tremendamente difícil encontrar momentos de quietud.

Pero nuestra sociedad actual está basada en el ruido y en la socialización extrovertida. Desde la publicación de la obra clásica de Dale Carnegie: Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, los comportamientos con el halo de socialmente valorados implican acción, hablar alto, aunque sean palabras/publicaciones vacías, y hacerse notar (mucho, todo lo posible), conocer a gran cantidad de personas (sobre todo las que interesen instrumentalmente) y usar esa extroversión como trampolín social hacia el ideal de éxito contemporáneo y hacia una vida teóricamente plena.

Para los adultos solamente es notorio quien se vuelca hacia afuera, hacia su popularidad. Solamente destaca el que necesita y promueve los acontecimientos multitudinarios como una droga sin la cual padece el síndrome de abstinencia y solamente se admite la reunión con uno mismo como mal necesario, como puente entre inagotables eventos sociales. Incluso esos momentos obligados de solipsismo se instrumentalizan para ser exteriorizados virtualmente mediante el recurrente «postureo» digital.

«Los comportamientos con el halo de socialmente valorados implican acción, hablar alto y hacerse notar, conocer a gran cantidad de personas y usar esa extroversión como trampolín social»

Estos valores se han hecho patentes en la educación de nuestros vástagos, que crecen en entornos de imagen y sonido incesantes donde el número de contactos es métrica de éxito en cuanto estrenan smartphone y en los que el niño/a triunfador es el que concursa en la televisión, sube videos a las plataformas digitales, no tiene vergüenza y sabe actuar. Los progenitores se ven obligados a excusar al que es «tímido».

A modo de contrarreforma luterana de lo antecedente, Susan Cain nos ofrece en su obra una visión diametralmente opuesta de esa forma de conceptuar la realidad y valorar las cosas. El libro ya tiene unos años (2012), pero no pasa de moda. Se ha transformado en un clásico instantáneo.

La finalidad del texto es subrayar la situación actual y que la introversión como rasgo o como postura no es en absoluto un defecto o algo que corregir, puesto que constituye una más de las maneras de ser y nos ha brindado tantas cosas buenas como las asociadas a la extroversión. Cain no establece que uno u otro rasgo sean mejores, es más, ambas actitudes son indudablemente necesarias, pero la escritora resalta la irracional preponderancia de la extroversión en nuestros días. De hecho, sostiene, en el mundo real no existen caracteres puros, pero sí inclinaciones más o menos sesgadas e instituciones, tradiciones e inercias que premian más uno que otro.

«El ideal canónico de estos tiempos es el hombre o la mujer con predisposición a la socialización, a poder ser tipo alfa y que se siente cómodo bajo los focos»

El texto puede tener un cierto gusto a autoexploración vivencial, ya que la autora misma (titulada en Harvard) es una introvertida confesa que, tras unos años ejerciendo la abogacía en el sector agresivo de Wall Street, se ha dedicado a escribir e indagar sobre la evolución histórica, biológica, psicológica y social del concepto llegando a la conclusión de que se desperdicia talento, energía y felicidad del colectivo más introvertido precisamente por la citada escala de valoración del comportamiento.

Como corolario general, la autora remarca que la cultura occidental y, en especial, la estadounidense, tienen un problema con el arquetipo introvertido (winner-loser). El ideal canónico de estos tiempos es el hombre o la mujer con predisposición a la socialización, a poder ser tipo alfa y que se siente cómodo bajo los focos. Esta tendencia nació intrínsecamente unida al magnetismo del vendedor durante el surgimiento de la sociedad urbana e industrial de inicios del siglo XX y relevó al comportamiento moral tradicional.

Desde el punto de vista más teórico, en el campo de la psicología existen diferentes aproximaciones, si bien la mayoría coinciden en señalar que entre un tercio y la mitad de la población estadounidense tienen rasgos asociados a la introversión que les llevan a ser más propensos a escuchar y pensar antes que hablar, caracterizándose además por una aproximación más cauta al riesgo. No obstante, se admite la figura de la ambiversión a medio camino entre los polos más extremos, así como se debe diferenciar entre la propensión a la introversión, la timidez pura, la postura antisocial y el autismo. Biológicamente la tendencia se califica de ambiental y genética por mitades.

«No hay una única forma correcta de ser o estar en este mundo. De hecho, cuando el asunto es crucial y tiene verdadero significado subjetivo, toda aquella persona con sesgo introvertido es capaz de actuar eficazmente como el mejor de los extrovertidos.»

Partiendo de tales mimbres, Cain se centra también en analizar críticamente las herramientas de trabajo en grupo para concluir señalando que existen técnicas supuestamente eficaces que eliminan la voz de la introversión (tormentas de ideas, dinámicas de grupo, etc.) y tareas que requieren pausada reflexión frente a la admirada ejecutividad agresiva. Quizá la oficina sin paredes no sea lo más apropiado para determinados trabajos. Igualmente, la dopamina (la sustancia química de la recompensa en nuestro sistema nervioso) puede alentar el comportamiento arriesgado e impulsar a su búsqueda constante a las personalidades extrovertidas más adictas (a decir verdad, relaciona la crisis de 2008 con este tipo de actitudes).

Durante su exposición, la autora se pasea por los templos de la extroversión (Gurús que imparten multitudinarios y caros seminarios sobre cambiar la personalidad para ser más extrovertido y asertivo, universidades centradas en crear líderes e incluso cultos religiosos carismáticos) para concluir que aquellas personas que intentan transformarse en lo que no son pierden una parte propia por el camino, que no hay una única forma correcta de ser o estar en este mundo. De hecho, cuando el asunto es crucial y tiene verdadero significado subjetivo, toda aquella persona con sesgo introvertido es capaz de actuar eficazmente como el mejor de los extrovertidos. No existe, afirma, correlación entre tener buenas ideas y ser un gran orador, pero escuchamos más al que se hace notar.

En definitiva y resumiendo mucho, al igual que ahora está en la agenda reivindicar colectivos tradicionalmente preteridos, este libro pretende remarcar cómo los rasgos de la personalidad nos influyen tanto como otra serie de diferencias subjetivas (género, raza…) y cómo con vistas a una sociedad más rica, todos los rasgos deben tener su voz y entorno apropiado para desplegar todas sus virtudes.

«Una perspectiva refrescante para hacer compañía a una etapa de introspección opositora, a la crianza o simplemente para reevaluar nuestras creencias y asunciones»

Mención aparte merecen sus recomendaciones pedagógicas reclamando una adaptación de los sistemas de trabajo en grupo de los escolares a las diferentes personalidades en desarrollo o sus apuntes relativos a la necesidad de modular los impulsos paternales sobre sus retoños causados por la presión social. Muchos de ellos han sido avalados por otros expertos en el área.

Sea cual sea el caso del lector, resulta una perspectiva refrescante para hacer compañía a una etapa de introspección opositora, a la crianza en sus sucesivas fases o simplemente para reevaluar nuestras creencias y asunciones. Es ligero de leer, denle una oportunidad. ¿Sabía usted que Rosa Parks, la histórica activista por los derechos de las personas de raza negra en EE.UU., era una persona retraída y de voz dulce que supo plantarse en el momento adecuado?

P.D.: Según la autora, sin introversión nunca habríamos tenido:

La teoría de la gravedad, la teoría de la relatividad, los nocturnos de Chopin, En busca del tiempo perdido, Peter Pan, 1984 y Rebelión en la granja, Charlie Brown, Google ni Harry Potter.

Ahí queda dicho.

FOTO: https://www.freepik.es/fotos/personas creado por @mindandi

 .

ESFJ es preparador de CSACE en SKR. Se aplica el cuento y prefiere mantener sus talentos en el anonimato cediendo protagonismo a la autora.

2 comentarios

  1. El silencio también es una vía para la comunicación o un medio de hacerla efectiva; y la introversión no es más que «un hacer en el interior» que tendrá -o no- proyección ad extra.

  2. La introversión no necesariamente tiene que suponer un “hacer” en el interior. Es más, no tiene por qué asociarse a ninguna acción o reflexion proactiva, basándose frecuentemente en una mera aversión hacia la interacción social o simplemente en una timidez.

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