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De Madrid al cielo. “De la capitalidad y el régimen especial de la villa de Madrid”

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Villa y Corte. A este dualismo responden las tradicionales advocaciones de las Vírgenes de la Almudena y de Atocha, como Patronas de la Villa y de la Corte, respectivamente: Madrid, por otra parte, no tiene la capital; es la Capital.

JOSÉ JOAQUÍN JIMÉNEZ VACAS

Madrid es singular en tanto que debe gobernar y prestar servicio público a una cifra de población desconocida para otras ciudades españolas. El hecho diferencial de Madrid, por consecuencia, excluye toda idea de arbitrariedad en la aprobación de un régimen municipal específico para la villa; primero, por su singularización constitucional y estatutaria como capital del Estado y de la Comunidad de Madrid; y, segundo, de corte más sociológico, por su también singular gran población. Ello, para hacer frente a lo que Jordana de Pozas definió bajo título de “grandeza y servidumbre de las grandes capitales metropolitanas”.

Se convierte en la capital y “rompeolas de las Provincias españolas” como decía Machado, en mayo del 1.561, cuando el Rey-Planeta, Felipe II, protector de técnicos y mecenas de sabios, con preferencia a otras hipótesis que remitían a Lisboa o a Toledo, ubicó en dicha villa la Corte que, con vaivenes mínimos,[1] ha resultado la sede creciente de una Administración española, también creciente en extensión y en número.

Su designación, como sede de la Corte, convirtió a Madrid en la primera capital permanente de la Monarquía española. Así, frente a París, Londres, Roma o Berlín, en Madrid se sabe: “Qué fue la España enfrentada con el universo y qué significó su alta laguna de soles y lunas reveladas”, cuenta Ramón Gómez de la Serna en el capítulo: “Letanía de Madrid”, de su imprescindible “Descubrimiento de Madrid”.

Pero sin duda lo que más tiene Madrid es estilo -descuidado estilo-, añade, “estilo para pasear y para vivir, estilo para perfilarse arquitectónicamente, y estilo para embozarse en la capa. Pone en su estilo, todo lo que toca, lo que dice, o lo que escribe”. [2]

Así lo afirmaba Manuel Azaña, con brevedad magistral; “partiendo de una idea de España, Madrid se obtiene por deducción”[3] y que no hay Estado ni nación española sin una capital dinámica, (con estilo): si Madrid no existiera, sería preciso inventarla, ya que Madrid es el centro “donde vienen a concentrarse todos los sentimientos de la nación, donde surgen y rebotan a todos los ámbitos de la Península, las ideas, saturadas y depuradas por la vida madrileña en todos sus aspectos”.

Y como tiene esa cosa expansiva, que se llama estilo, meten entre sus viejas casas un gran edificio y, enseguida, éste confraterniza con sus compañeras y compañeros; casas, manzanas, plazas, locales, calles y edificios, adoptando su mismo estilo, sencillo, pero noble. El estilo de Madrid, donde las edificaciones navegan en seco, con un rumbo por el estilo, donde el mar no puede concebirse. Y, si se las observa, desde las alturas, se verá que cada grupo de edificaciones forma un gran transatlántico; que no porque no sea traslaticio deja de tener la Unidad entre pasaje y tripulación que caracteriza a los grandes y elegantes navíos.

Madrid, así, subraya el sentido servicial de la capitalidad manteniendo este título de modestia urbana como un gesto en el que se purga todo posible engreimiento.

A tal actitud corresponde el hecho anecdótico de que, en el callejero de la villa, estén nombradas todas las capitales de provincia y el nombre de Madrid se haya reservado a la calle más corta de las mil que figuran en el código postal. [4]

Madrid, de cierta forma y manera, recuerda la máxima estoica de Epicteto: “Engrandecerás a tu pueblo, no elevando los tejados de sus viviendas, sino las almas de sus habitantes”.

Y no tienen sus habitantes esa cosa de turistas nacidos en su propia ciudad, como sucede en otras capitales del mundo. Madrid no pretendió irse nunca, sino quedarse, y así como en otras ciudades –desde Milán, hasta París pasando por Barcelona- hay una ambición colectiva, “Madrid es el desinterés supino”. [5]

Madrid, villa y Corte, es, a tal modo, producto de geografía, de historia, de arte y de literatura; que radican y se asientan. De Ministerios, pero también de la Biblioteca Nacional, del Museo del Prado, del Teatro Real, las Reales Academias y tantas y tantas Instituciones que aquí navegan.

Así, no puede decirse -no sería justo- que Madrid vive de su pasado, ya que va tan allá que vive de su porvenir y lo realiza en su presente; porque para la villa, no solo la vida, sino la ciudad es sueño y los sueños pueden tener toda la magnificencia que quieran.

“De la capitalidad y el régimen especial de la villa de Madrid” es el último trabajo de José Joaquín Jiménez Vacas, preparador de la oposición al Cuerpo Técnico Superior de Administración General de la Comunidad de Madrid y Doctor en Derecho por la Universidad de Salamanca; publicado en la revista Cuadernos de Derecho Local n.º 63, sección monográfica del régimen especial de los municipios de gran población en el vigésimo aniversario de la Ley 57/2003, de 16 de diciembre, de medidas para la modernización del gobierno local.

[1] Valladolid fue capital cinco años, entre 1.601 y 1.606; Cádiz durante la Guerra de la Independencia; y Valencia y Barcelona durante parte de la guerra civil española.

[2] GÓMEZ DE LA SERNA, R. (1986), Descubrimiento de Madrid. Edición de Tomás Borrás, Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, vid., más en concreto el capítulo: «Letanía de Madrid.»

[3] AZAÑA, M. (1966), Madrid, en op. Obras completas, I, Oasis, México, p. 808.

[4] DE AGUINAGA, E. (1998), Introducción a la teoría de la capitalidad de Madrid, Anales de la Real Academia de Doctores, vol. 2, núm. 1, pp. 135-154, vid. p. 135.

[5] GÓMEZ DE LA SERNA, R. (1986), op. cit., de nuevo, capítulo «Letanía…»

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