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“Hemos visto el placer que nos produce ser sectarios en política”

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Ramón González Férriz habla sobre las nuevas tendencias políticas y la crisis de confianza de los ciudadanos en las instituciones a partir de su ensayo Los años peligrosos. Por qué la política se ha vuelto radical. El coloquio ahonda en el placer que nos produce ser sectarios, llevar los discursos al extremo y buscar constantemente la confrontación en lugar del debate constructivo.

MARTA GÓMEZ PEÑARRUBIA

El periodista y editor Ramón González Férriz aboga por normalizar el debate, incluso cierto grado de crispación, en política: “Estar enfadado en la democracia es normal, no nos asustemos”. Lo novedoso, argumenta, es que los partidos que surgen en los últimos años cuestionan no solo el rumbo de las decisiones políticas y su aplicación práctica, sino el propio sistema, llegando a plantearse si debemos acabar con él.

Este es el punto de partida del coloquio entre Kike Cortés de Abajo, Administrador Civil del Estado y director de SKR, Pedro Vargas Rodríguez, Administrador Civil del Estado y, Ramón González Férriz, autor de Los años peligrosos. Por qué la política se ha vuelto radical (Debate, 2024). El autor analiza en su cuarto libro el actual panorama político a nivel nacional e internacional, invitando al lector a reflexionar a partir de dos cuestiones iniciales: ¿Cuándo empezó la actual radicalización política? ¿Por qué han surgido nuevos partidos extremistas, los tradicionales se han fanatizado y buena parte de la sociedad vive permanentemente irritada con las élites?

En este contexto, una de las mayores preocupaciones que González Férriz pone sobre la mesa es que “las discrepancias están descendiendo del plano político al social”. Y reconoce tener cierto miedo a que “dejemos de funcionar como una sociedad que discrepa” y sigamos elevando el nivel y el tono de la confrontación: “Hemos visto el placer que nos produce ser sectarios y cómo para algunos medios de comunicación y redes sociales esto es además un buen negocio”.

Una oportunidad que los políticos actuales tampoco dejan escapar. Kike Cortés subraya el efectismo de llevar los discursos al extremo: “Si realmente quieres influir, no seas un intelectual, sé un payaso”.

La tiranía del ‘yo’ como bandera política

Tras la Segunda Guerra Mundial se refuerza la idea de la igualdad social, los políticos venden la globalización y la equiparación de derechos civiles en discursos con gran acogida. Pero este postureo propio del siglo XX se acaba desmoronando. Según Ramón González Férriz “la universalidad de la ciudadanía y la igualdad de todos los ciudadanos tiene algo de ficción que decidimos creernos” en un momento determinado de nuestra historia reciente.

Sin embargo, ahora vivimos en la era del ‘yo’ y no estamos dispuestos a ceder ni un ápice de nuestro bienestar individual para favorecer el de la colectividad. Queremos acotar y reforzar nuestra identidad, explica el escritor, creando subgrupos sociales más fragmentados. “Hemos convertido la política en una defensa de la identidad”, asegura. Y pone de relieve cómo llevar al extremo el individualismo nos hace sentirnos atacados por cualquiera que no piense igual que nosotros. Como ese 44% de hombres que ven amenazados sus derechos por el feminismo. De nuevo, la confrontación forzada, la discrepancia llevada al absurdo. Aunque, afirma, “algunas de estas sensaciones son justas y otras no”.

Cortés habla entonces de la “sacralización de la identidad” por parte tanto de las izquierdas como de las derechas. Una idea que ya plasmó Francis Fukuyama en Identidad. González Férriz añade el nacionalismo a la ecuación y recuerda con ironía cómo Isabel Díaz Ayuso tiró de “la identidad madrileña” para gestionar a su manera la crisis del Covid en 2020. Vargas introduce un nuevo actor en este escenario: las instituciones de gobernanza global y se pregunta cómo pueden entidades y organismos supranacionales, como la Unión Europea, reconducir la situación -si es que tal cosa es posible-.

Crisis de confianza en las instituciones

“La democracia es la fórmula para garantizar que las sociedades sean pacíficas y que cuando muere un gobernante no se monte una guerra civil”, afirma con cierto sarcasmo González Férriz para aterrizar en el plano más práctico la necesidad de los regímenes democráticos, por muy imperfectos que sean.

Sin embargo, actualmente impera la sensación de que la excesiva burocracia no funciona, lo cual provoca una crisis de confianza en la política y las instituciones. Es lógico, asegura, que los ciudadanos exijan que la democracia cambie al mismo ritmo frenético que lo hace la propia sociedad, pero el escritor, como orgulloso liberal clásico, desconfía del afán regulatorio en determinados ámbitos y apuesta por el método de ensayo-error.

Parece que las fórmulas del pasado no pueden solucionar los retos actuales. ¿Cómo podemos entonces avanzar como sociedad en una época tan convulsa como la que vivimos hoy en día? González Férriz lo tiene claro: “Necesitamos empatía para entender que la discrepancia no se basa en la maldad o la bondad moral, simplemente pensamos diferente”. Y a pesar de su miedo a que un exceso de regulación desemboque en una nueva forma de control del discurso, admite que “debemos confiar en las élites para determinados asuntos”.

Kike Cortés recuerda otras crisis de las ideologías que hemos vivido recientemente, en los años 80 y el cambio de siglo, y se pregunta si es algo recurrente, si estamos asistiendo a un proceso similar en la actualidad. Ramón González Férriz admite que “las viejas ideologías parecen agotadas. Tiene que surgir algo nuevo, pero esas ideologías son las que siguen gobernando en Europa. Parecía que las viejas ideologías se morían, pero las nuevas no terminan de asentarse”.

Enlaces de interés

Puedes ver de nuevo el Books & Wine sobre Los años peligrosos. Por qué la política se ha vuelto radical en nuestro canal de YouTube.

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Un comentario

  1. Sin duda ante la «era bélica» en la que vivimos, está presentación y análisis que nos ofrecen son sin duda valiosos, esas palabras «sectarios políticos» resultan muy atinadas, ante el punto extremo que toman las partes para posicionarse.

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