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La batalla al ‘gen corrupto’: cuando el reto social vuelve a ser la ética en cada uno

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El nuevo reto de futuro, paradojas de la vida, vuelve a ser la ética personal adquirida en nuestra educación, los valores cultivados desde pequeño en cada uno de nosotros.

JOSÉ JOAQUÍN JIMÉNEZ VACAS

Se preguntaba Albert Camus qué era un rebelde; “un hombre que dice no”, contestaba. Y hoy, muchos sentimos un poco, esa necesidad pareja de ser rebeldes.

Asistimos hoy a demasiados escándalos. Corrupción que debemos soportar, además, en tiempos difíciles, y que repercute en la integración que mantiene viva la sociedad; suponiendo una pérdida de la fe en el Estado y en el poder político y una pérdida de confianza en los valores legales y sociales que lo legitiman.

Vienen a la todavía memoria, unas pocas palabras de Alissa Zinovievna, conocida por pseudónimo de Ayn Rand: ‘cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias, y no por trabajo; y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino que, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare en que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en auto-sacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada’. Un inquietante, provocador y exquisito testimonio, que nos convence de luchar por no tener una sociedad condenada, abatida por ese «gen de corrupción».

Pero ¿cómo combatir ese gen corrupto, esa falta de ética y de valores? Desde plano teórico, la definición de ética y de corrupción no es, ni mucho menos, algo nuevo. Ya en Grecia, se contraponía ética y política, siendo Aristóteles quien por primera vez diseñó un discurso moral; sin olvidar a Platón que perfiló en sus diálogos la base fundamental de lo que posteriormente conoceríamos con el nombre de ‘ética’.

El fenómeno de la corrupción, por tanto, como vulneración del orden jurídico y su utilización en beneficio propio, amenaza ya desde tiempo pretérito las sociedades democráticas. De igual forma pudiera afirmarse, entonces y ahora, que aquel fenómeno, antes y también ahora, puede paliarse desde la buena educación y el reforzamiento personal e interno de la reflexión moral. Y, en último término también, por supuesto, mediante la contundente acción del Derecho.

Se dice con frecuencia que las crisis comienzan con un desmoronamiento de los valores. Así ha ocurrido en la caída de los diferentes imperios, tanto el romano, cuanto el otomano o el chino. En clave actual, la llamada crisis de valores se explica y enfoca en buena medida, en el espíritu de competencia desmesurado y en el afán de enriquecimiento sin límite, aún a costa de los demás, auspiciado por lo que Maritain denominaba «ilusión del éxito inmediato».

En momentos donde la crisis de valores parece una constante social; la buena Administración, resulta Arte del bien hacer en lo atinente a la res pública; y pasa por comprender primero, que las instituciones propias del poder constituido se componen de personas con valores que las dirigen y sustentan, y que el Derecho de la Administración, ya no debe limitarse a ser una mera regulación de prerrogativas, sino llegar a ser también, un estatuto de gobernante y administrador.

No en vano aleccionaba Manuel Azaña, que no hay mejor modo de guardar un secreto que publicar un libro. Así, tirando de bibliografía, leo que en época clásica se decía, que político era el hombre de la polis, hombre de la ciudad. Sus virtudes eran las Cardinales de la Fe cristiana: prudencia, humildad, justicia y equidad, fortaleza y buen juicio. Administrar requería de dominio en la hábil técnica de la comunicación en su modelo y sentido aristotélico: manejo del ethos (la credibilidad), del pathos (la empatía emocional y racional), y del logos (la lógica). Liderazgo como Autoridad, siempre revestida necesariamente de Sabiduría y Experiencia.

Hoy, ser buen administrador, resulta condición necesaria, pero no siempre suficiente para ser buen manager público, buen hombre (o mujer) de Estado. A gestionar recursos públicos pueden enseñarte; a mandar personas, tienes que aprender.

¿Cuál es entonces el aderezo que cambia el plato? De nuevo, los valores. La ética. El cariño y la humildad puestos en el trabajo bien hecho; la empatía por el equipo; la asertividad como capacidad de hacerse valer; la habilidad social, e imagen que se proyecta; el orgullo sólido de pertenencia a la Institución pública a la que se sirve. Son muchos los que han estudiado una o varias carreras, tienen algún máster o curso superior de especialización, o han superado difíciles procesos selectivos de oposición; pero los profesionales más valiosos de una institución son siempre y por definición, los que transmiten confianza e ilusión. Los que desprenden valores.

La conclusión final que se alcanza es la de que una vez se incurre por un servidor público, en corrupción –por mínima e insignificante que esta pueda aventurarse o parecer–, aquél se pone en jaque personal y profesional, frente su entorno. Pierde su legitimidad, y se devalúa como profesional y como persona.

Pronto la economía, el empleo y el bienestar social, quizá vuelvan a recuperarse, aunque sólo resulte fruto del propio efecto pendular con el que nos cuida la Historia a los seres humanos: la cuestión será entonces, ¿habremos aprendido, amigos?

José Joaquín Jiménez Vacas es Técnico de la Administración General de la Comunidad de Madrid. Doctor en Derecho y Académico correspondiente de la Real de jurisprudencia y legislación (Instituto España). Autor del ensayo Ética pública y gobernanza (SKR Ediciones y Dextra Editorial 2023)

Enlaces de interés:

Adquiere el ensayo Ética pública y gobernanza, de José Joaquín Jiménez Vacas

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