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La conectividad como principal característica contemporánea y fuente habitual de los conflictos actuales

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Una reflexión a partir de la reseña del libro The age of unpeace. How connectivity causes conflict, de Mark Leonard.

INÉS CRESPO RUIZ DE ELVIRA

Cuando opositaba, allá por 2005, uno de los ensayos que más me gustaron de los muchos que teníamos que tener en el radar, fue el de Mark Leonard, titulado ¿Por qué Europa liderará el siglo XXI? En él, este politólogo británico con raíces francesas y alemanas alababa con candoroso y contagioso entusiasmo las bondades del insólito experimento que es la Unión Europea y sostenía que dicho continente marcaría el rumbo futuro de las relaciones internacionales.

Los acontecimientos posteriores no han terminado de confirmar su tesis, pero sigue siendo muy entretenido leerle. Su interpretación del declive de Estados Unidos y del ascenso de China y el relato, siempre interesante, sobre sus encuentros y entrevistas personales con personajes decisivos en las relaciones internacionales contemporáneas hacen muy amena la lectura.

Igual de agradable es escuchar el podcast del think tank europeo que dirige desde 2015, el European Foreign Relations Council, llamado The World in 30 minutes. En su aproximación nunca falta un entusiasmo bien razonado por la forma de proceder de la Unión Europea, reafirmando una visión propia entre dos titanes, Estados Unidos y China, así como un optimismo que no siempre se encuentra en ensayos sobre relaciones internacionales.

En su último libro, The age of unpeace. How connectivity causes conflict, publicado en 2021 (todavía no traducido al castellano), describe un mundo atravesado por la conectividad como principal característica contemporánea, analiza las renovadas ocasiones para el conflicto que esa conectividad supone y esboza una nueva topografía del poder, así como una posible terapia para desactivar esa conectividad. 

Un mundo marcado por la conectividad

Lejos del enfoque que se propuso a raíz de la pandemia de que el mundo estaba inmerso en un proceso de ‘desglobalización’, el ensayo parte de la premisa de que la globalización misma se ha visto convertido en un arma. Esa weaponization de las conexiones propias de la globalización ha llevado, según el autor, a la era de la no-paz. Un tiempo en el que puede que no haya propiamente guerra, pero donde el uso que se hace de los vínculos entre países, ya sea el corte del suministro de gas o la exclusión de un país del sistema SWIFT, tampoco permite hablar de paz.

La conectividad cada vez mayor tanto a nivel económico y financiero, como social y cultural, determina que no vivimos realmente en el mundo plano que años atrás describiera Thomas Friedman en su conocido ensayo La tierra es plana, sino en una red de ligazones extensa y desigual. Este fragmentado puzle de vínculos y estrechas dependencias entre países de todo el globo nos coloca en un precario equilibrio, con víctimas igual o más numerosas que las de una guerra. Un escenario en el que ya ha quedado descartado el enfoque liberal kantiano de las relaciones internacionales, consistente en promover la relación y cooperación en el mundo -que en el ámbito alemán se concretaba en la teoría del Wandel durch Handel– en la idea de que dicha relación de acercamiento y cooperación generaría un acercamiento de regímenes distintos de manera natural.

Pero también se ha desechado el enfoque realista puro, que suponía que las conexiones hacían vulnerable a un país y, por tanto, generaban más inseguridad. ¡El mundo está conectado a través de muchos hilos!

Autosegregación, visibilidad, ansiedad y competición son las consecuencias directas en las sociedades conectadas. La economía algorítmica de las plataformas, en su afán de ofrecer al consumidor exactamente el producto o servicio deseado, nos ha empujado a un proceso de autosegregación ad nauseam en cada una de las dimensiones de la vida (hábitos de consumo y de ocio; preferencias políticas; posturas religiosas; formas de vida; etc.), hasta el punto de que parece que sólo es posible convivir e incluso a tolerar a aquellos que son exactamente igual que nosotros. El ejemplo de la aplicación de citas para gays, Grindr, que permite un filtrado exhaustivo en función de características personales (edad, nivel de educación, ideología política, etc.) y de grupos y preferencias afectivo-sexuales, es muy gráfico de la autosegregación a la que se tiende.

Este fenómeno es evidente en el contexto digital, pero se replica cada vez más en la vida real. Por ejemplo, en el negocio de los viajes la oferta también se divide cada vez más (hoteles sólo para familias, hoteles adults only/child-free, viajes para singles, viajes para mujeres, viajes para personas interesadas en la sostenibilidad, etc.). Parece subyacer a esta segmentación infinita la idea de que no hay descanso posible con el que no es o no piensa exactamente igual que nosotros. 

Además de segmentados, en el mundo digital estamos expuestos permanentemente a lo que hace (o a lo que dice que hace) cualquier persona en casi cualquier parte del planeta. Se nos conmina de alguna manera a competir, generándose así una ansiedad estructural. Al amparo de la teoría de la comparación social y de la teoría de la identidad social, Mark Leonard desarrolla esta idea de una manera muy sugerente.

Si las personas se autoevalúan y se valoran o no en función de la comparación con otros (como sugería la teoría de comparación social del psicólogo estadounidense Leon Festinger), el entorno digital hoy hace posible una comparación global. Si asumimos, además, que las personas forman su identidad en función del grupo al que pertenecen y tratan de favorecer a ese grupo, incluso cuando su pertenencia al mismo es arbitraria (de acuerdo con la teoría de la identidad social que desarrolló posteriormente Henri Tajfel), la comparación entre grupos a nivel global y la sensación de sufrir un perjuicio aparece con relativa facilidad.

Diversos estudios sobre los partidarios del Brexit, las posiciones antieuropeas de parte de la población de países como Polonia o Hungría o la propia elección de Donald Trump en Estados Unidos parecen arrojar ese común denominador: un sentimiento de agravio o envidia, de ser peor tratados frente a otros, incluso estando en muchos casos en una situación objetivamente mejor que las generaciones anteriores del mismo país.

Las oportunidades para el conflicto

La ultra conectividad, la autosegregación, la competición y la ansiedad social, fomentan, con carácter general, políticas públicas más beligerantes, tanto dentro de los países como entre ellos.

En el ámbito interno de los países, ya se ha apuntado más arriba, cada vez es más fácil que una comunidad o un grupo de población, incluso mayoritario, se sienta atacado, vea sus derechos o expectativas vulnerados o bien perciba que las decisiones sobre su vida se toman en otro lugar. El crecimiento de la ultraderecha en Francia, al calor de la tesis del francés Renaud Camus y su teoría de “El gran reemplazo”, el agravio de los leavers británicos, el malestar de los españoles y griegos en la crisis financiera de 2008 (cuyo destino estuvo definido por Berlín y la famosa austeridad), o el viraje antieuropeo de países de Europa del Este que, sin estar en el euro, también se sienten periferia de Alemania o de Bruselas, son algunos de los ejemplos tratados. El sentimiento de estar “colonizados” o demasiado influidos por otros es, de esta forma, la piedra angular de un sistema de descontento por comparación y ansiedad social.

Por supuesto, la conectividad entre países también los arroja a un escenario de competición e imitación desbocado, lejos de la armonía que habríamos esperado de unas relaciones de dependencia. En este punto Mark Leonard ilustra, con ejemplos como el de la envenenada relación de Turquía y Rusia desde la guerra de Siria, cómo la guerra tradicional ha perdido relevancia, pero sin que ello haya supuesto una desaparición de los conflictos.

Más bien al contrario, las tensiones se reflejan en otros muchos ámbitos. La denominada guerra híbrida, los ciberataques, la desinformación (fábricas de trolls), la restricción del suministro de energía, el amplio abanico de medidas que se encuentran bajo el concepto de guerra económica (Economic Warfare) -bloqueo económico, sanciones financieras, expulsión del sistema SWIFT, suspensión de importaciones, suspensión de regímenes de viaje y de visados, suspensión de vuelos y de venta de paquetes vacacionales, etc.- son formas de poder menos costosas que una guerra pero con un impacto cada vez mayor. Bajo la noción de la llamada ‘zona gris’ se incluyen las situaciones de este tipo entre países, que no encajan ni en la idea de conflicto ni en la de paz. 

Por desgracia, de todo ello hemos sido testigos en los últimos meses a raíz de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, pues prácticamente todas estas nuevas formas de armas han sido utilizadas. Desde Alemania se vive este conflicto de manera especialmente cercana. No se alcanza a comprender que la política de acercamiento seguida durante las últimas décadas con Rusia haya fracasado y que la buena marcha de la economía alemana, el motor de Europa, dependa de facto en gran medida del gas ruso.

Otra arma nueva en esta era de la no-paz que describe Mark Leonard es bien conocida entre los españoles desde hace décadas: la inmigración masiva en momentos puntuales y en puntos geográficos concretos. También el ensayo dedica atención a la instrumentalización de este fenómeno y al uso que de él han hecho en los últimos años algunos países, como la Turquía de Erdogan.   

Sin embargo, el ejemplo por excelencia de enfrentamiento en otras trincheras, entre actores que dependen el uno del otro, es el de China y Estados Unidos. No en vano llevamos años oyendo hablar de Chimerica y del famoso decoupling. El ensayo repasa con minuciosidad ese enfrentamiento en materia tecnológica, tanto en hardware (chips, 5G, etc.), como en software (IA, algoritmos y datos), y, en última instancia, el choque de los principios que guían a los dos titanes en su relación con internet y la innovación tecnológica. No hacemos spoiler si decimos que no son tan distintos esos dos enfoques. La carrera entre los gigantes norteamericano y chino se ve impulsada por la sempiterna competición entre ambos y la imitación mutua, a la que se niegan a renunciar.  

¿Qué escenarios de futuro se plantean en esta sociedad hiperconectada con tantas oportunidades para el conflicto?

Mark Leonard presenta una nueva topografía del poder. Tres imperios de conectividad – Estados Unidos (el guardián de la puerta), China (el poder relacional) y la Unión Europea (el hacedor de normas)– y un cuarto mundo, que tendrá que adscribirse a uno de los tres anteriores. Si bien existirán todavía poderes medios y con posibilidades geopolíticas no desdeñables (Rusia, Turquía, India, Japón, Corea, Australia y los países africanos), pero condicionadas por numerosos factores. Para conocer en detalle las características y el enfoque de cada uno de estos imperios, os animo a leer este apasionante ensayo. Es ágil, está lleno de anécdotas de entrevistas personales del autor con personas como Tayyip Erdogan, Andrew Marshall o Qin Yaqing, y de jugosas, pero no abrumadoras citas sobre otros ensayos y autores interesantes.

Quizás en la segunda lectura es cuando el lector tiene más tiempo para detenerse en el colofón del ensayo: un programa en cinco pasos para desarmar la conectividad. Como no podía ser de otra manera viniendo de un europeísta convencido, la terapia que propone pasa necesariamente por reconocer el problema y diseñar normas para gestionar la conectividad. Buscar límites saludables, aceptar que no se puede controlar el crecimiento del presunto rival, procurar consentimiento expreso sobre las acciones que se emprenden… para, en último término, evitar caminar hacia el perpetuo conflicto con diferentes manifestaciones.

Cuando yo opositaba citábamos mucho otro ensayo de relaciones internacionales titulado Un pacto global, de David Held. Visto en perspectiva, era quizás demasiado optimista. Una dosis de optimismo es necesaria, pero más si viene acompañada de un diagnóstico certero.

Inés Crespo Ruiz de Elvira es Administradora Civil del Estado, expreparadora de oposiciones al CSACE y colaboradora habitual de SKR. Actualmente ejerce como Consejera Adjunta de Turismo en Embajada de España en Berlín.

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