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La mejor forma de respetar a una mujer es ignorarla. Líbano siglo XXI

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Foto de Carlos Antaramián. Serie “Intromisión en la selfie de Sidón”. Publicación original: revista Tlatelolco

DIANA PLAZA MARTÍN

“Se trata de una sociedad donde la mayor de las cortesías con respecto a las mujeres consistía en ignóralas” (Amin Maalouf, La Roca de Tanios, Alianza editorial, Madrid, sexta edición, 2002, página 168) escribe el célebre escritor franco-libanés Amin Maalof en La Roca de Tanios, una novela ambientada en el Líbano del siglo XIX que le valió al escritor el premio Goncourt en 1993. Esa ignorancia es sinónimo de respeto en tanto que la relación entre las mujeres y los hombres sólo puede darse cuando éstas son de alguna forma suyas. Madres, hermanas, mujeres o hijas, los roles naturales para las mujeres en el ciclo de la vida son los que permiten una interacción con ellas, por mínima que esta sea.

Este verano he pasado diez días y once noches en el Líbano. He recorrido una buena parte de un país que no es más grande que Asturias y Cantabria juntas y he podido sentir de diversas formas como esa noción de respeto seguía viva en la sociedad libanesa de la segunda década del siglo XXI.

De hecho, no ha sido sólo una percepción personal al caminar por horas en Beirut de los barrios acomodadas a la hoy fantasmagórica zona exclusiva del Souk construido por el expresidente asesinado Rafic Hariri para impulsar el Líbano post guerra civil, hasta el tristemente afamado campo de refugiados palestinos de Shatila; subir y bajar de los mini buses destartalados para llegar a los diferentes ciudades costeras con bellas fortalezas cruzadas como Sidón, resistentes por meses a la imparable bravura de Alejandro Magno como Tiro o para alcanzar las extraordinarias ruinas romanas de Baalbek y omeyas de Anjar, sino que he escuchado en primera persona la frase de Maalouf de boca de una mujer nacida en la década en la que vivir en Líbano era un sueño de jazmín, casas familiares de puertas abiertas y cosmopolitismo.

Una mujer de clase media, con estudios superiores y cristiana que llegaba a esa conclusión tras transmitirme su preocupación sobre cómo me había sentido al viajar de la forma descrita por su país y yo responderle que, al caminar incluso en un campo de refugiados, me había sentido “bien, tranquila, realmente nadie parece reparar en ti”. Ante esa respuesta, la mujer manifestó sentirse aliviada y respondió: “Me alegro, estábamos preocupados por esa forma de viajar al ser mujer y rubia, pero yo creo que el ser tan religiosos y no querer que nadie mire o diga nada a sus madres, hermanas, mujeres e hijas hace que ellos respondan de la misma manera”.

El Líbano de agosto de 2022 es un país que arrastra el lastre de 15 años de guerra civil, invasiones, magnicidios, continuas llegada de refugiados, una enorme explosión en lo que denominaríamos una infraestructura crítica (la acaecida en el puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020) y, por último, una crisis económica inusitada desde hace tres años por la que el suministro de agua, luz y servicio de recogida de basuras empieza a ser un rara avis.

Literalmente Líbano está a oscuras, no hay alumbrado en las carreteras y tampoco funcionan los semáforos. Los edificios públicos tienen servicio eléctrico horas contadas y la conexión a internet empieza a ser un artículo de “un mundo paralelo”, como nos espetó de forma sarcástica el dueño de un restaurante de clase media ante nuestra amable solicitud de mencionado servicio. “My friend, nous sommes ou Liban“, nos recordó con media sonrisa señalando los ventiladores que sustituían a los aires acondicionados colgados en las paredes a modo de cuadro como reminiscencias de ese mundo al que Líbano ya no pertenecía.  

Esa oscuridad, para la cual podríamos decir que hay una solución tecno política, también está en las calles presente de otra manera. Es una oscuridad en forma de velos y vestimenta holgada de una gran parte de las mujeres, jóvenes y niñas. Desde las antiguamente calles de clase media y comerciales de la capital como Hamra, hasta las ciudades de mayoría musulmana sunita como Trípoli, las zonas de mayoría musulmana chiita como Sidón o Baalbek e incluso en los espacios de mayoría cristiana maronita como la mítica Byblos, las mujeres que van tapadas como mínimo con un velo, hasta completamente cubiertas de riguroso negro son significativamente la mayoría. Incluso niñas de escasos seis o siete años llegan a ir cubiertas completamente y con velo negro, aunque en éste se aprecie un lazo de brillantes en un costado, en el mismo lugar que se les suele poner a las niñas de esa edad en el cabello.

En Sidón y Tiro, zonas de mayoría chiíta, las playas son un lugar extraño en la que hombres de todas las edades en su fresco bañador disfrutan de apaciguar el serio calor del agosto libanés al lado de mujeres de todas las edades completamente tapadas. Las que más suerte tienen visten la prenda denominada burkini, la cual cubre todo el cuerpo incluida la cabeza con un tejido de bañador, pero la realidad es que la gran mayoría se baña con la ropa que usa a diario y se regresa a su casa chorreando si el último chapuzón se lo dio llegando al final de la jornada, lo cual es habitual entre las más jóvenes.

Líbano es un país conocido por su naturaleza pluriconfesional, la cual da sentido y forma a su sistema político de cuotas, esto es, de reparto de puestos de poder entre las diferentes confesiones presentes en el país en base a su supuesta representación proporcional. Esa representación hace que el presidente del país siempre tenga que ser un cristiano maronita, el primer ministro un musulmán sunnita y el portavoz del gobierno un musulmán chiíta, teniendo a su vez cada confesión un número de diputados asignados.

El pueblo libanés puede votar a quien quiera, pero siempre habrá una mitad del parlamento cristiana y la otra musulmana y, al interior de esas mitades,  el mismo número de representantes para las divisiones intraconfesionales.

No obstante, a simple vista el Líbano del siglo XXI no sólo es mayoritariamente musulmán, sino que lo es de forma más conservadora, no es casualidad que el país evite realizar un censo que con toda seguridad alteraría el actual reparto de poder y continúa funcionando con el último realizado por el gobierno francés en 1932.

La frágil situación de ese pequeño país, frontera con Siria e Israel, a 260 kilómetros de la Unión Europea presente en la isla de Chipre, siempre ha sido clave para la estabilidad mundial y particularmente europea. La imagen del Líbano para sus clases medias y altas y al exterior sigue siendo la de un país de corazón cosmopolita, tolerante, que ha sabido recuperarse de continuos y devastadores episodios, pero sobre la que pesa en la actualidad una gran número de oscuras sombras.

El 31 de octubre finaliza el mandato del presidente del gobierno, Michel Aoun y a menos de un mes no parece que nadie en el país tenga una propuesta que supere el actual sistema comunitarita de reparto del poder que para muchos es una de las grandes causas de la crisis actual.

Un taxista, al paso por la carretera por la que aún puedes ver como la explosión de hace dos años en el puerto sigue echando humo, nos decía que la solución a la guerra civil había sido poner a los responsables de ésta en el poder. Un académico armenio, es decir, de la comunidad que en el Líbano se asocia con la neutralidad, nos comentaba que la solución había sido trasladar el conflicto de lo interconfesional a lo intraconfesional, por lo que la lógica de la política libanesa seguía siendo el conflicto por la lucha por el poder para beneficiar a uno mismo y a su comunidad y no un proyecto de país que afronte los urgentes y vitales retos.

Tracy Chamoun, ex embajadora del país en Jordania y nieta del que fuera presidente del país en la década de los 50 Camille Chamoun, asesinado junto a su mujer e hijos en 1990, se presenta a las elecciones. Su propuesta política en términos de la mujer se encuadraría en lo que denominaríamos feminismo liberal, es decir, abrir las puertas a las mujeres para que alcancen los puestos de la toma de decisiones. La mujer que se quedó tranquila al comprobar que el respeto decimonónico hacia las mujeres seguía vigente en el país de la crisis, también se había presentado a las últimas elecciones parlamentarias y pensaba volver a hacerlo en las siguientes con el objetivo de “servir de referente a las nuevas generaciones”. Tanto Tracy Chamoun como la candidata al parlamento, son mujeres de sesenta años, cristianas, una maronita y la otra armenia, con un pensamiento e identidad que no deja de ser confesional, pero que pareciera que son conscientes de que es el momento de tornar de un comunitarismo confesional hacia un comunitarismo nacional que permita, entre otras cosas, que más mujeres tomen decisiones sobre el destino del país en el que se encuentra el suyo propio.

Cuando en el Líbano el respeto a las mujeres no sea sinónimo de ignorancia probablemente el país vuelva a ser esa sociedad en la que en todas partes era tu casa, como rememora la escritora Lamia Moubayed en su novela Leïla al Líbano de antes de la guerra.

En el Líbano actualmente está prohibida la homosexualidad, no existe el divorcio puesto que ni siquiera existe el matrimonio civil y el aborto sólo es legal si la vida de la mujer está en riesgo. Es decir, es un país que ha vivido un sueño de modernidad en las décadas de los cincuenta y sesenta apoyado en su rol como banco central del mundo árabe conectado con occidente, pero que en materia de derechos e igualdad de la mujer y personas LGTB+ siempre ha estado cuasi paralizado.

Líbano es un país receptor de refugiados desde las décadas del veinte con la desintegración del Imperio Otomano, clave en la recepción de refugiados palestinos desde 1948, fecha de fundación del Estado de Israel y del campo de refugiados de Shatila, y desde 2011 ha visto como esos históricos campos en los que nacen nuevas generaciones que no han conocido Palestina pero que tampoco son libaneses, se siguen sobrepoblando con la llegada de refugiados sirios.

Líbano es el vecino de Israel, que siempre ha servido como tapón en términos de la tradicional geopolítica inglesa entre el mundo árabe y su conflicto directo con occidente. Líbano posee una de las tres ciudades más antiguas de la humanidad, Byblos, ha visto pasar a fenicios, griegos, romanos, bizantinos, francos y cruzados. Una gran parte de su territorio está en la Biblia y, ya lo he dicho, pero lo reitero, posee una de las ruinas romanas más espectaculares del mundo en un pueblo habitado por ochenta y dos mil habitantes, Baalbek, así como un sobrecogedor hipódromo romano en la invencible Tiro.

Ojalá el Líbano, patrimonio viviente de la humanidad, encuentre la forma en la que volver a tener luz.

Diana Plaza Martín es Doctora en Relaciones Internacionales, Ciencias Políticas y de la Administración y miembro del claustro de profesores de la Escuela de Gobierno y Transformación Pública SKR. Cuenta con una sólida experiencia docente en diferentes universidades de México, como la Iberoamericana o el Tecnológico de Monterrey. Investigadora y experta en el estudio de la identidad nacional, la cultura en la globalización y el deporte.

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