2024 pasará a la historia como un super año electoral. La mitad de la población mundial está llamada a las urnas, con comicios en 72 países. Una de las citas más multitudinarias es la de las elecciones europeas. A lo largo de cuatro días, 448 millones de ciudadanos europeos eligen a los representantes que condicionarán su día a día durante los próximos cinco años.
CARMEN BERMEJO SUÁREZ
Estas elecciones europeas serán las primeras desde la salida oficial del Reino Unido en 2020 y son muchas las cosas que han cambiado desde la última renovación comunitaria. Desde 2019 la Unión Europea se ha enfrentado a una pandemia, a la que ha dado respuesta con el mayor paquete de ayudas jamás conocido y ha sido pionera en regular la Inteligencia Artificial. Sin embargo, también ha hecho frente a un auge de los partidos de extrema derecha en sus Estados miembros y está viviendo una transformación del contexto internacional, marcado por las guerras en Ucrania y Palestina. Las elecciones de este fin de semana pondrán en la balanza si estos cambios han sido un éxito o si los europeos quieren un cambio de modelo para la próxima etapa.
Por qué son importantes las elecciones europeas
La Unión Europea es una organización particular, y también lo son sus instituciones. El Parlamento Europeo es la única asamblea parlamentaria multinacional elegida por sufragio directo. Sin embargo, esto no siempre ha sido así y el proyecto comunitario nació como una unión de gobiernos donde los ciudadanos no tenían capacidad de decisión directa.
Todo cambió en 1979, hace 45 años, cuando los ciudadanos de la entonces Comunidad Económica Europea pudieron elegir por primera vez a los eurodiputados de forma directa, sustituyendo el sistema de elección indirecta por los parlamentos nacionales. Desde ese momento, Europa dejó de ser una unión de economías para convertirse en una unión de personas y para lograrlo era imprescindible dotar a sus instituciones de un elemento de legitimación democrática.
Dotar a la Unión Europea de carácter democrático ha sido un objetivo constante en el que se ha profundizado desde la creación de la ciudadanía europea con el Tratado de Maastricht de 1992, que integra, no solo el derecho al voto sino otros como el derecho de petición o la iniciativa legislativa popular. La implicación de los ciudadanos ha llegado hoy hasta la posibilidad de fijar sus objetivos, abierta en 2021 a través de la Conferencia sobre el futuro de Europa.
Las decisiones de las instituciones comunitarias tienen una relevancia incontestable y cada vez mayor en la vida diaria de los ciudadanos. Su influencia va desde cuestiones cotidianas como el etiquetado de los alimentos, las zonas de bajas emisiones o los cargadores de los móviles hasta elementos tan trascendentales como la regulación de la Inteligencia Artificial, el endeudamiento público y la propia seguridad y defensa de los Estados, que las ya no son decisión de los gobiernos nacionales, sino que vienen condicionadas por las normas comunitarias.
Por este motivo, el interés por las elecciones es cada vez mayor. La participación ha vivido un ascenso continuo con la sola excepción de un retroceso entre 2008 y 2014, durante la crisis económica, que puso de manifiesto el descontento de los europeos con las medidas de austeridad impuestas desde instituciones comunitarias.
En los últimos comicios, la participación alcanzó el 54% de la población europea (un 60% para los españoles, que se sitúan entre los más participativos) y se espera que en 2024 se acerque al 60%.
Ahora bien, este aumento de la participación no se corresponde únicamente con un aumento del apoyo al proyecto europeo. El ascenso de partidos de extrema derecha en varios Estados miembros, así como las brechas internas en cuestiones como el pacto migratorio o las diferencias en la respuesta a la guerra en Palestina, han cuestionado la fortaleza de la integración europea. Como afirma Patrick Costello en su artículo “Por qué es necesaria la Unión Europea después de Gaza”: “Si la Unión Europea quiere desempeñar el papel que le corresponde, antes debe superar las divisiones entre los Estados miembros”.
Con ello, estamos asistiendo a un fenómeno de movilización polarizada, un aumento de la participación de ciudadanos euroescépticos que acuden a las urnas para apoyar a partidos contrarios a las políticas europeas. Las manifestaciones de agricultores ante las instituciones en Bruselas son solo uno de los ejemplos de que los denominados “perdedores de la globalización”, han empezado a movilizarse políticamente en contra de los proyectos abanderados hasta ahora por la Unión, como el Pacto Verde Europeo o la Agenda 2030 de Naciones Unidas.
Cómo se elige a los miembros del Parlamento Europeo
A pesar de la relevancia de las elecciones, la regulación comunitaria se limita a fijar algunos elementos que deben ser comunes a la votación en todos los Estados miembros, dejando el resto a las normas internas.
La normativa europea fija la composición del Parlamento, que quedó reconfigurada tras la salida de Reino Unido en 2020, para adaptarse al tamaño de la nueva Unión y reservar algunos escaños para los futuros Estados miembros.
El número de representantes varía en cada legislatura según la población. En 2024 se elegirán a 720 eurodiputados, 15 más que en 2019, que se distribuyen a los Estados miembros en proporción a su población, entre los 96 de Alemania y los 6 representantes de Malta o Luxemburgo. España podrá elegir a 61 diputados, 2 más que en 2019, lo que nos sitúa como el cuarto país con más representación en la UE, por detrás de Alemania, Francia e Italia.
Además, como garantía de igualdad entre los europeos, se establecen requisitos como la exigencia de que la atribución de los escaños a los partidos sea proporcional a los votos recibidos, que cada ciudadano solo pueda votar una vez y, como novedad de este año, la obligatoriedad de una barrera electoral, que nuestro país excluía hasta ahora para las elecciones europeas.
Fuera de estos elementos, cada uno de los Estados miembros fija en su normativa el procedimiento a seguir. Las diferencias entre los 27 son palpables en cuestiones como la forma del voto, con países que presentan a sus candidatos en listas cerradas y bloqueadas (España, Alemania y Francia) y los que han optado por un sistema de voto preferencial desbloqueado, que permite a los votantes elegir los candidatos y su orden (la mayoría de los Estados, como Países Bajos, Finlandia o Suecia).
Otra particularidad la encontramos en la edad mínima para votar, que desde hace años se fija en los 17 años para los griegos, y 16 años para jóvenes de Austria y Malta. A ellos se unirán este año Bélgica (donde el voto es, además, obligatorio) y Alemania, que en estas elecciones permitirán votar a sus jóvenes de 16 años por primera vez.
A estas curiosidades se une el hecho de que los italianos serán los últimos en votar, puesto que su país mantendrá abierta la votación hasta el domingo a las once de la noche. Si bien en algunos Estados como Países Bajos, los ciudadanosvotaron el jueves 6, tendremos que esperar a los italianos para conocer los primeros datos electorales.
España, por su parte, regula el procedimiento en la Ley Orgánica 5/1985 de Régimen Electoral General con varias particularidades respecto a las elecciones generales, autonómicas y municipales. Podrán presentar su candidatura todos los partidos que acrediten 15.000 firmas y serán elegidos en una circunscripción nacional, lo que implica que las candidaturas son iguales en todas las provincias. Además, hasta 2024 no se establecía ninguna barrera electoral.
Estos elementos influyen en que los candidatos españoles necesitan aproximadamente 200.000 votos para conseguir un escaño en el Parlamento Europeo. Si todavía no sabes a quién dar el tuyo, puedes consultar las propuestas de los partidos en el Informe KREAB.
Qué pasa después de las elecciones europeas
Uno de los elementos que dotan de especial relevancia a estas elecciones es que con ellas se inicia la renovación completa de las instituciones europeas.
Una vez finalizada la votación en todos los países, se formará el Parlamento. A las elecciones concurren partidos políticos nacionales, pero una vez elegidos los eurodiputados, pasan a integrarse en grupos políticos transnacionales (en la actualidad siete grupos) según su ideología y no según su nacionalidad. Este sistema ha sido criticado, puesto que en ocasiones los intereses nacionales impactan contra la disciplina de voto del grupo. Para solucionarlo, se ha propuesto la elaboración de listas transnacionales europeas, pero esta propuesta fue rechazada por los propios eurodiputados.
El nuevo Parlamento elegirá primero a su presidente, y a continuación votar, a propuesta del Consejo Europeo, a la nueva Comisión, el ejecutivo comunitario, que ostenta la iniciativa legislativa. La elección del presidente de la Comisión plantea una duda clave: si se mantendrá el sistema del Spitzenkandidaten (“candidatos principales” en alemán). Este sistema se introdujo en 2014 y pretende reforzar el vínculo democrático entre la Comisión Europea y los ciudadanos, ligando la presidencia del ejecutivo comunitario a los resultados de las elecciones europeas.
Conforme a este sistema, antes de las elecciones, los partidos políticos europeos indican su respectivo candidato principal (spitzenkandidat) para el puesto de presidente de la Comisión Europea. Tras las elecciones, el candidato principal del partido que obtenga más escaños debe ser designado por el Consejo Europeo cómo candidato a la votación en el Parlamento (quitándole al Consejo Europeo la competencia de proponer un candidato de manera discrecional). Este procedimiento se siguió para elegir a la comisión en 2014, pero no se respetó en 2019. Se trata de una regla no escrita, por lo que tendremos que esperar para saber si esta regla pervive o perece.
La Comisión electa fijará entonces su programa para los próximos cinco años y con él los objetivos que seguirán los 27 Estados miembros, pero la Comisión Von Der Leyen ha dejado algunas cuestiones en el tintero.
El aumento de los conflictos en todo el mundo ha elevado la urgencia de alcanzar un pacto migratorio que garantice la seguridad de las personas. Otro factor de incertidumbre es la expansión de la Unión Europea hacia el este, abierta tras la guerra de Ucrania. Por su parte, el cierre de las fronteras en la pandemia y la ruptura de las relaciones con Rusia, han mostrado las debilidades de una excesiva dependencia externa, incrementando la relevancia de alcanzar una autonomía estratégica.
Por último, y desde el punto de vista defensivo, el aumento de la conflictividad mundial ha derivado en un estrechamiento de las relaciones euroatlánticas con Estados Unidos y la OTAN. Sin embargo, una potencial victoria de Donald Trump en las próximas elecciones presidenciales podría fomentar un nuevo cambio de orientación.
La nueva Comisión deberá enfrentarse a un nuevo escenario marcado por la incertidumbre y el reequilibrio del poder en el mundo, pero la respuesta de la Unión a estas cuestiones puede ser radicalmente distinta en función de los resultados electorales.
Carmen Bermejo Suárez es Graduada en Derecho y Ciencias Políticas. Ha trabajado en la Subdirección General de Naciones Unidas del Ministerio de Asuntos Exteriores. Actualmente oposita al Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado y al de Técnicos Superiores de la Comunidad de Madrid.